Tatuaje Carcelario

La historia ha sido testigo de la vinculación del tatuaje, no sólo a lo clandestino y marginal, sino también al ámbito del delito.

En el siglo XIX, las fallas en los sistemas de clasificación y de identificación de los criminales comienzan a darse con mayor regularidad, y es por eso, que se empieza a buscar una posible solución a este inconveniente.

La misma llega hacia fines del 1800 de la mano de los procedimientos de identificación personal, como por ejemplo, el sistema de huellas digitales. Estos permitieron llevar un control y registro exhaustivo de la población.

Desde ese entonces, las marcas se convirtieron en elementos decisivos a la hora de determinar los procesos oficiales de la ley y del castigo.

A raíz de este método de identificación, el tatuaje adquiere connotaciones discriminatorias y de exclusión, ya que son inscripciones que se realizan en la piel y que, al no poder borrarse, se transforman en documentos de identidad.

Una muestra de esto pueden ser los campos de desaparición en América Latina, durante las dictaduras militares y los de exterminio nazi.

Allí, la negación de la identidad era obligatoria:

- Se despojaba al recién llegado de todo elemento o atributo que pudiera remitir a su condición de individuo social.
- Se le otorgaba una "nueva identidad", para diferenciarlos dentro del reducto.
- Número que se les tatuaba: Marcaba la fecha de ingreso al campo e indicaba ciertos rangos:

* Números altos: Correspondían a los millonarios.
* Números bajos: Correspondían a los que habían entrado primero.